Crisis humanitaria y comisión del delito de la trata de personas

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Observatorio de Asuntos de Género de Norte de Santander

Yamile tiene 18 años. Vivía en Carabobo, Venezuela, donde comenzaba a estudiar contaduría pública mientras trabajaba en la papelería de unos tíos para cubrir sus gastos y ayudar a su familia, compuesta por su padre, su madre, dos hermanos menores y su abuela. Luego de las últimas oleadas de violencia en su ciudad, producto de la inestabilidad política del país, como de la migración de muchos de sus conocidos, sus tíos decidieron cerrar la papelería y migrar a Chile en busca de mejores oportunidades, protección y estabilidad.

Yamile se encontraba en una situación muy difícil: debió suspender sus estudios, sus padres estaban desempleados, su abuela requería un tratamiento especial para su problema de tiroides pero debido a que la mayoría de los establecimientos locales cerraron porque sus dueños salieron del país, ella no lograba encontrar un empleo que le permitiera mantener los ingresos básicos del hogar. En este proceso, conoció a Marcos, un joven de su universidad que también debió dejar sus estudios para dedicarse al rebusque para sobrevivir.

Luego de compartir un café con Marco, él le comentó que iba a viajar a Cúcuta, Colombia, junto con unos vecinos, ya que ellos le dijeron que le ayudarían a cruzar la frontera, aunque no tuviera sus documentos en regla, y que al llegar le darían trabajo en un lavadero de carros propiedad de unos amigos. Al escuchar su historia, Yamile le pidió que le ayudara a contactar a esos vecinos, pues ella también deseaba viajar para poder enviar remesas a su familia además de ahorrar a fin de graduarse como contadora en los años venideros.

Esa tarde ella conoció a los vecinos de Marcos quienes le explicaron que podían ayudarle, le dijeron que por el dinero para su viaje no debía preocuparse ya que ellos se lo prestarían y al llegar a Colombia ella podría pagarles con su salario. Yamile hizo cuentas: con el salario que ganaría, menos el pago mensual de la deuda, la plata enviada a su familia y los gastos de vida en la ciudad de destino, necesitaría ausentarse por un año y podría volver a Carabobo para reanudar sus estudios.

Un lunes en la madrugada iniciaron el viaje hacia Colombia. Primero hubo un trayecto de 14 horas en bus hasta la frontera, a ella le habían dicho que el cruce se haría a través del Puente Internacional Simón Bolívar que conecta con el municipio de Villa del Rosario del país vecino pero al bajarse del bus le informaron que iban a cruzar por un paso ilegal que desembocaba en Puerto Santander. Yamile se precupó, esa no era la información que le habían dado esa tarde que charlaron con Marcos y sus vecinos, sin embargo le dicen que de esa forma se ahorran unas horas de viaje

Yamile decide entonces seguir con su recorrido. En esta trocha, nombre con el que se conocen estos pasos, debieron pagar un dinero para poder seguir y ser escoltadas por dos jóvenes, pero en la mitad del recorrido les interceptaron unos desconocidos armados que violaron a Marcos y a Yamile, a pesar de que ellos les ofrecieran más dinero con tal de no sufrir tal abuso. “¡Podría ser peor!” les dijo entre risas el vecino que les escoltaba, “¡al menos estaban de buen humor y no pasó nada más!”.

Yamile dice que no recuerda qué ocurrió luego, se encontraba muy mareada y no entendía las órdenes que le daba el vecino junto con otro hombre armado, comenta que cuando se despertó estaba en una casa pero en el casco urbano de Tibú, Norte de Santander. Tampoco supo más de Marcos, solo que en algún momento dejó de oír su voz en el trayecto mientras escuchaba sus gritos al fondo diciendo algo como “¡a mí no me dijeron esto!”.

La casa donde se encontraba pertenecía a unos amigos de los vecinos, a su llegada le hicieron saber que el trabajo sería diferente a lo ofrecido en su país de origen: debería trabajar en la casa como empleada interna desde las 5 de la mañana hasta las 10 de la noche, su salario solo iba a ser el 50% de lo asegurado en Carabobo y, además, tenía que entregar el 60% de lo devengado mensualmente hasta que pagara el total de los gastos de viaje, el valor del alojamiento y de la alimentación. Como era interna, Yamile debía entregar su celular, únicamente tenía libre el domingo en la tarde pero para salir debía pedir permiso y solo podía hacerlo acompañada de alguien de la familia. Cuando Yamile intentó protestar le dijeron “¡antes agradezca que tiene trabajo! Acá sabemos que está de ilegal y somos muy buenos amigos del teniente del municipio, a él no le pesa la mano en desaparecer a venezolanos!”.

Ella no entendía pues en la brigada que hicieron en su universidad, antes de suspender sus estudios, le dijeron que la trata de personas ocurría por parte de actores ilegales que buscaban explotar sexualmente a las víctimas, pero Yamile no estaba cerca de ningún arma o actor criminal, se encontraba en una casa de familia. Tampoco la violaban, como ocurrió en la trocha, pero la obligaban a trabajar desde las 4 de la mañana preparando alimentos, lavando ropa, limpiando pisos, haciendo mandados vigilada por algún integrante de la familia y, en algunas ocasiones, aguantar la mano del hijo mayor que le tocaba el cuerpo sin su permiso. Ella sabía que algo no estaba bien pero, cuando lograba intercambiar palabras con algún local, le decían que debía agradecer la generosidad de la familia para la que trabajaba y que todos los venezolanos eran unos perezosos y por eso se quejaban tanto. Un miércoles luego de preparar el almuerzo, el jefe de la casa le dijo que terminara temprano y se alistara, desde esa noche comenzaría a trabajar luego de las 9:00 pm en el billar de la familia hasta las 12 de la madrugaba; debía encargarse de atende a los clientes y de sentarse con ellos mientras bebían. Yamile protestó, esa situación ya se extralimitaba pero como respuesta recibió golpes, insultos y amenazas de informarle al teniente amigo de la familia.

A la 1:00 am de cada día, Yamile vuelve a casa escoltada por un vecino luego de terminar la jornada en el billar. Ella debe aguantar que, mientras los clientes beben, le toquen su cuerpo o la lleven a un baño para violarla. El vecino le dice que debería agradecer, que las venezolanas no duran mucho en este municipio: “así como llegan, se van. ¡Se las llevan!”, decía entre burlas con olor a cerveza. Ya han pasado 5 meses, su familia no sabe nada de ella y Yamile todavía piensa que porqué en su universidad, cuando advertían sobre la trata de personas, nunca le dijeron sobre los civiles “desalmados” que también la explotan o excusan a sus explotadores.