El ELN, su actualidad y la realidad de los diálogos
Luis Eduardo Celis*
¿En que está hoy el Ejército de Liberación Nacional? T1
El 4 de julio de 2021, el Ejército de Liberación Nacional (ELN) cumplió 57 años de existencia. Esta guerrilla, la única que permanece como tal entre las que se alzaron en armas desde los pasados años sesenta, es una compleja organización de la que hablamos quienes seguimos lo que sucede con ella. En general, el país la ve, en el mejor de los casos, como guiada por unos dinosaurios de la política o la señala como anacrónica, terrorista, castro-chavista; todos, epítetos que no dan cuenta realmente de lo que es: un agrupamiento que ha permanecido en la Colombia de hoy, que con sus subidas y sus bajadas ha logrado mantenerse vigente en la realidad del país y del que se habla mucho de cuando en cuando y se entiende poco.
Una primera reflexión por compartir: es importante darnos tiempo y espacio para hablar con más rigor de una organización que ha sido capaz de enfrentar a un Estado, con todo lo que ello implica, y seguir con vigor. Aunque se le considere indescifrable, nada más lejano de la realidad; es profundamente terrenal y todos los días hace evidente lo que es. Así puede observarse al leer las señales que semana a semana comparte, tanto desde sus medios de comunicación, como con su actuación, esta última, quizás, la más reveladora.
En los últimos cinco años, cuando me han preguntado qué es el ELN, uso la figura de una cebolla cabezona: en la parte más profunda de esa cebolla, cubierta por hojas o capas, están sus raíces; una juventud nacida a finales de los años treinta descubrió la expresión de un régimen político de exclusiones y autoritarismos –que se mantiene en buena medida seis décadas después– (aunque, la rebelión armada, en buena medida, se ha integrado, mediante las firmas de acuerdos de paz con el Estado, a esta precaria democracia).
Luego, una de las capas de la historia más cercanas a esas raíces es el momento de la vinculación del sacerdote Camilo Torres Restrepo, que le representa un orgullo por todo lo que significó para construir una relación con religiosas y religiosos. Pero, ese vínculo se perdió en buena medida cuando tuvo la osadía de matar al obispo de Arauca Jesús Emilio Jaramillo en octubre de 1989; hasta entonces, fue casi un cuarto de siglo de buenas migas con un sector pequeño pero muy activo del mundo católico y cristiano de Colombia.
Todo eso ha sido parte de la vida del ELN, que ha recorrido muchos territorios y conflictos y ha estrechado vínculos con comunidades campesinas, afrocolombianas, indígenas y en las barriadas populares, en las universidades y colegios. Un andar por Colombia pregonando cambios y rupturas que se anclaron en la cotidianidad de la gente pero que la violencia diluyó.
Otra capa de ese ELN de hoy es la construcción de su capacidad, como mencioné, de mantenerse vigente, con una presencia territorial que, mal contada, puede llevarnos a encontrarlos hoy en 140 municipios del país; en estas geografías del presente, las y los guerrilleros del ELN son agentes de policía, jueces para dirimir pronta y cumplida justicia y son más o menos efectivos agentes de un forma de DIAN[1] que cobra los tributos de toda economía que se mueva en los territorios, como la del narcotráfico.
Si el ELN no estuviera de manera permanente allí, sería bastante irrelevante como un asunto por resolver; quizás tendría una modalidad más terrorista, al estilo del grupo armado Euskadi Ta Askatasuna (ETA), del País Vasco, haciéndose sentir de cuando en cuando en las grandes ciudades, algo que también hace; me refiero a ese aparecer esporádico con acciones de envergadura en términos militares, como el ataque a la Escuela de Policía General Santander, de Bogotá, en 2019, a la formación de un grupo de policías para iniciar su labor diaria (formación de policiales) en Barranquilla, en febrero de 2018, o a la más reciente en la estación de Policía del Barrio Juan Atalaya, en la ciudad de Cúcuta; todas ellas causaron gran conmoción mediática.
Pero, además de ello hay una presencia permanente del ELN en diez regiones en donde esta organización ha logrado de alguna manera permanecer y/o fortalecerse en la última década:
- Arauca, que parece la estructura de mayores capacidades sociales, político-militares y económicas al interior del ELN, con la ayuda de un río que se cruza en cinco minutos y que el Estado colombiano no controla.
- Catatumbo y, muy cerca, Cúcuta, un área metropolitana donde tiene su mayor capacidad urbana.
- Buena parte del Pacífico, la única región donde se ha expandido de manera importante en la última década.
- Sur de Bolívar y Magdalena Medio, junto al Cauca, el Bajo Cauca, Nariño, el nordeste antioqueño y el sur del Cesar.
Esa es hoy la geografía del ELN, un grupo mucho más reducido que el que fue en su mejor momento de los años noventa, pero bastante mejor que el que había al iniciar el gobierno del presidente Uribe en 2002. Y en un relativo proceso de expansión, aún no finalizado desde que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP) salieron de la confrontación armada en 2016.
Otra capa de la cebolla del ELN actual es la que muestra su vocación dialogante. La organización tiene canales de comunicación con una diversidad de actores sociales y políticos con los que puede tener identidades en los fines y diferencias en los medios y, por eso mismo, se sintonizan en las desconfianzas con las élites tradicionales de poder y en su búsqueda de transformaciones de tanta inequidad y exclusiones.
Quizás sea difícil tramitar lo anterior, si se parte de las paranoias y estigmatizaciones, pero se debe considerar que hay un mundo social y político con el que el ELN se relaciona todos los días. Empezando por las comunidades en donde este se ha mantenido. Allí, hay adhesiones políticas e ideológicas colectivas o de sus líderes con ese Estado de hecho, el que permanece allí todos los días para hacer justicia, garantizar seguridad y establecer tributación a su manera; a sus formas de organización como actor irregular, el otro Estado, el supuestamente legítimo, nunca ha llegado o lo ha hecho de una manera arbitraria y criminal. Esa es la dura realidad que hay que reconocer.
Viene otra capa de la cebolla: la capacidad de llevar la vida en forma autónoma. Para ello, el ELN ha construido su propia economía, que, por supuesto, se origina en la ilegalidad, pero, que es también más compleja por su relacionamiento territorial. Y eso le da otras posibilidades, a partir de su propio esfuerzo, para conseguir recursos con su trabajo, porque son varios cientos y, en relación con miles, esa escala es muy importante para haber logrado permanecer sin depender de nadie, solo con su iniciativa y esfuerzo. Tal condición es muy importante.
Es necesario hacer el esfuerzo de conocer más al ELN en la complejidad que le caracteriza y bajarnos de los supuestos y de la idea de que son indescifrables.
¿Por qué al gobierno no le interesan los diálogos y negociaciones con el ELN? T1
En 2021, se cumplieron treinta años de la primera vez en la que el ELN se sentó a una mesa de negociaciones buscando la paz. Lo hizo en el contexto de su participación en la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar, cuando era presidente César Gaviria, en lo que se conoce como el proceso de Caracas y Tlaxcala (1991). Desde esa ya lejana experiencia, la organización de la que hablo ha pasado por diálogos y por algún grado de negociación con los gobiernos de Ernesto Samper, Andrés Pastrana, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. Con Iván Duque, no ha existido nada formal al respecto.
Tres décadas sin que haya sido posible un proceso de diálogo son evidencia de que el ELN aún no está maduro para una negociación de paz y para dejar su proyecto estratégico de resistencia armada. En él se afincó luego de un notorio debilitamiento entre 1992 y 2002: en 2005, en su IV Congreso Nacional, analizó lo sucedido y definió un proyecto cotidiano y realista de “resistencia armada” en el que cada militante y combatiente del ELN que se levanta con vida es alguien que ya ha triunfado.
Que en esos años haya sido imposible llegar a un acuerdo de paz con el ELN es también responsabilidad de los gobiernos, por su escaso interés, su menguado compromiso y sus escasas propuestas rigurosas para llevar adelante algo tan esquivo y difícil, pero indispensable.
Una negociación de paz con el ELN requiere de un gobierno inclinado a ampliar esta estrecha democracia plagada de inequidades, todas reforzadas por mafias que ejercen de manera sistemática la violencia; este punto es clave: la derecha uribista nada como pez en el agua en este orden de exclusiones y muerte. Por eso, escapa a una negociación viable con una fuerza antisistema que ha mantenido desde siempre las banderas de cambio, justicia y equidad.
Por esto último, no es posible un acuerdo con el uribismo, lo que contrasta con la tesis de que la paz se hace con los enemigos más acérrimos: eso es cierto si hacen un cambio los mismos actores de la confrontación violenta. Lo que le pedimos al ELN algunos conocedores de su camino es que asuma que se puede transformar en una fuerza civil para competir políticamente con garantías; y a las élites políticas tradicionales, que estén dispuestas a modificar su convicción de que todo está bien como está y se abran a nuevos rumbos.
Al uribismo poco o nada le importa buscar un pacto democrático para superar los principales problemas que tiene Colombia y que han empujado a millones de personas a una protesta social y ciudadana sostenida, la que hemos vivido en el enorme y prolongado paro nacional, la protesta más formidable de toda nuestra vida republicana. Está demostrado que no quiere pactar las transformaciones que son urgentes en la sociedad colombiana; está anclado en su autoritarismo y representa lo más retardatario de la sociedad colombiana; en su círculo están los mayores responsables de enorme victimización de amplios grupos de la sociedad y no está dispuesto a reconocer responsabilidades, como el despojo de tierras, en esta larga confrontación.
Con el uribismo es imposible impulsar acuerdos de paz, pues a lo que esta corriente política aspira es a someter al ELN, a su rendición, y el ELN está lejos de querer claudicar. El presidente Iván Duque está atrapado por lo más beligerante del uribismo.
¿Qué significa que el ELN no tenga una decisión firme de negociación? T1
Ya lo dije, pero es bueno remarcarlo: desde 2005, el proyecto estratégico del ELN es resistir ante su enemigo, ante las élites de poder que han conducido a Colombia en toda su vida republicana. Llama a esas élites la oligarquía y señala que tienen una alianza estrecha y estable con el “imperialismo norteamericano”, conductor del poder más importante del hemisferio. Confronta a esa oligarquía desde su acción política en armas.
El ELN resiste en los territorios en los que se ha mantenido y ejerce como Estado paralelo, muchas veces más efectivo que el Estado colombiano; resiste buscando nuevos horizontes para instalarse y también conflictos, al tiempo que recupera vínculos sociales; resiste saboteando con sus paros armados y reaccionando con su acción mediática al devenir de dinámicas de la sociedad; resistencia que no se ve sino cuando hay algún estruendo y se cobran vidas, como en los ataques a la policía en Bogotá en 2019 y en Barranquilla en 2018.
El ELN pretende que su acción se incremente y en eso se ha esforzado durante los últimos cinco años, desde cuando terminó el conflicto con las Farc-EP, en lo que viene siendo relativamente exitoso. Y podremos ver una presencia mayor del ELN, que lo puede llevar a un mayor despliegue territorial en los próximos años, tema delicado al que hay que ponerle mayor atención.
La realidad interna del ELN es la de una fuerza que ha superado la catástrofe sufrida entre 1992-2002, cuando perdió dos terceras partes de sus recursos: presencia territorial, mandos medios, combatientes y recursos económicos. Aunque sin volver al tamaño de su mejor momento, sí logró revertir su debilitamiento y permanecer, como lo he expresado, como un actor en la vida del país.
El ELN aspira a importantes transformaciones orientadas a superar las injusticias y desigualdades en el país, pero en esto hay una ambivalencia, que consiste en lo siguiente: solamente el ELN, que es una minoría organizada, agencia la resistencia armada, junto a un discurso de transformaciones. Este discurso viene siendo cada vez más parte de la sociedad colombiana, pero esta también, en su mayoría, rechaza el proyecto de violencia sistemática del ELN, aunque haya sintonía con las palabras de cambio y un gran anhelo por concretarlas en políticas: la transformación democrática de la sociedad colombiana. Solo así será plenamente viable un proceso de paz con el ELN.
Por otra parte, el ELN desconfía de manera superlativa en que se cumpla un acuerdo de paz, mucho más después de lo que ha sucedido durante el gobierno de Iván Duque en relación con el firmado en 2016 entre el Estado colombiano y las Farc-EP.
En síntesis, el ELN quiere transitar el camino de la solución negociada, pero tiene muchas desconfianzas que hacen que este no sea viable; por tanto, hoy está afincado en la resistencia armada y salir de este proyecto para lograr un acuerdo de paz implica todavía mucho camino por recorrer; no será ni lo podrá ser una imposición o una abstracción del deber ser.
Lo que implica una negociación viable con el ELN
No es posible derrotar al ELN militarmente, pues esa organización ha demostrado capacidad de permanencia y adaptación. Más aún, decrece y crece en forma de espiral, como lo ha mostrado en ya casi seis décadas. De ahí que se insista en que la única salida es construir con esa organización un acuerdo negociado.
Con tres décadas de intentos y seis procesos infructuosos de negociación en los que han actuado seis presidentes de la República, parece requerirse un gobierno que apueste, como indiqué antes, por superar la precariedad de esta democracia. A partir de allí, hay posibilidades de construir un acuerdo de paz con esta organización tan desconfiada, no sin razones y con una apuesta de acción política que de manera ampliamente mayoritaria la sociedad colombiana no respalda, no quiere, no apoya, y que hay que superar, por responsabilidad social y necesidad democrática.
Un proceso de paz con el ELN requiere: un gobierno que crea en ampliar la democracia transformando las inequidades y exclusiones, en una participación social y comunitaria más diversa y protagónica, y que se construyan consensos que, aunque difíciles, son necesarios; todo lo anterior es posible si hay voluntad política y si se decide asumir con rigor y seriedad este proceso de paz pendiente, el último con la última organización rebelde que persiste en la acción violenta y que debe superarse.
Ya tenemos una agenda para arrancar un proceso de paz con el ELN, la construida por esta organización y el gobierno de Juan Manuel Santos entre 2014 y 2016; Allí están las coordenadas que lo harán viable: participación, deliberación, construcción de una visión compartida de paz y unas transformaciones que conviertan esa paz en realidad.
Si me preguntan por las transformaciones por pactar en función de este proceso de paz pendiente, propongo: garantías para la permanencia digna en los territorios, un pacto consistente de ordenamiento democrático de los territorios y tramitar los conflictos entre diversos actores por escalas territoriales, una política para promover equidad y unas garantías para las disputas sociales y políticas; todo esto, teniendo como prioridad los territorios donde el ELN ha permanecido.
Al oído de los que compiten por la presidencia T1
Es necesario resolver el conflicto con el último actor alzado en armas. Y es posible. Hay que construir propuestas, creer en la participación y asumir desde el primer día de gobierno esta paz pendiente.
Son cuatro las condiciones sobre las que se mueve el ELN al “explorar” el camino de los diálogos y las negociaciones y que hay que tener muy presente para construir una estrategia de actuación desde un gobierno que quiera resolver este tema pendiente:
- Bilateralidad: el ELN está dispuesto a discutir y a pactar en procesos bilaterales sobre todos los temas. Por eso, este gobierno ha sido un fracaso con su política de exigencias unilaterales.
- Participación social, gremial e institucional lo más amplia y diversa que se pueda concitar y esto debe liderarlo un gobierno.
- Transformaciones que sean pertinentes para avanzar en una democracia de mayor calidad, en un país con tantas problemáticas por superar.
- Certeza de cumplimiento (punto difícil: fácil es firmar; lo complicado es llevar a la realidad lo pactado en el papel. Esto requiere tiempos, recursos, capacidades institucionales, voluntad política y tramitar los conflictos).
* Analista de las dinámicas de violencias organizadas y de sus perspectivas de superación.
[1] Institucionalmente hablando, la DIAN es la Dirección de Impuestos y Aduanas Nacionales.